Wednesday, October 31, 2007

La era Kirchner por cuatro años más



Argentina una certeza y múltiples dudas

Por Víctor Ego Ducrot

| Desde Buenos Aires Cristina Fernández de Kirchner ante una encrucijada. Se decide en contra del neoliberalismo o este país corre el riesgo de sufrir una nueva frustración. ¿Irregularidades en los comicios? Las elecciones de este domingo no arrojaron sorpresa. Todo estaba previsto. Al confirmar todas las encuestas, Cristina Kirchner, sucederá a su esposo Néstor con tantos compromisos con el poder económico concentrado y con la vieja corporación política del peronismo de derecha –con el ex militar golpista Aldo Rico entre ellos-, que tendrá serias dificultades para ratificar los logros de su marido y superarlos en términos cualitativos.

A nadie se le escapa que el crecimiento sostenido de la economía –aproximadamente un 8 por ciento durante cuatro años- no se tradujo en políticas distributivas; que la disminución del desempleo se hizo en nombre de un aumento desmedido del trabajo informal o precario –cerca del 50 por ciento de la población activa-, y que las correctas decisiones en materia de derechos humanos –de cara a la reparación de los sucedido durante la dictadura- no implicó el desmantelamiento del aparato represivo, ni una reforma profunda del poder judicial, ni la desactivación de las estrechas relaciones entre la delincuencia, la estructura policial y el sistema de poder político.

Ni el gobierno se atreve a desmentir lo que, entre otros dirigentes del campo popular, denunció durante su campaña electoral el hasta hoy candidato a la presidencia, el destacado cineasta Fernando “Pino” Solanas: la administración Kirchner profundizó los elementos estructurales del modelo neoliberal al confirmar y extender el proceso de privatización en los sectores petrolíferos, gasíferos y mineros, propiciar la concentración de la propiedad agrícola y el monocultivo en favor de las corporaciones de los “commodities” (especialmente de la soja) y del proyecto agrocombustibles, todo ellos con un costo ambiental que pagarán las próximas generaciones.

Además, y pese a la quita de pasivo que lograra a principios de su mandato, Kirchner mantuvo el estigma del endeudamiento externo (el rojo actual estimado es de 220 mil millones de dólares).

La semana pasada decíamos que mientras el gobierno habla de nacionalización de los resortes económicos, las estadísticas oficiales y privadas indican que, durante la gestión de Néstor, se profundizó la venta de empresas argentinas a grupos transnacionalizados, en sectores claves como petróleo y gas, medios de comunicación, alimentos, servicios financieros y minería y siderurgia. Se calcula que en los últimos cuatro años se vendieron cerca de 450 empresas argentinas, por un valor aproximado de 18.700 millones de dólares.

Se instaló la sospecha de que ciertas actitudes y discursos nacionalizadores en el sector energético y de recursos básicos –como el de la empresa de aguas, que fue recuperada de manos privadas francesas- están más dirigidos a crear espacios de negocios favorables a empresas de argentinos amigos del gobierno, que a reivindicar parámetros de soberanía.

Es cierto que la negativa oficial a la suba de las tarifas de los servicios públicos privatizados – hasta ahora mantenida más o menos a rajatabla- fue una necesidad económica y política. Sin embargo, ateniéndose a la sospecha de la que se habla en el párrafo anterior, no pude descartarse que tal medida también tenga un lado oscuro: la depreciación de los activos, consensuada en secreto con las empresas titulares que en público protestan, para facilitar próximas operaciones de reventas o de traspasos de paquetes accionarios.

Si el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no corrige esas tendencias que se perciben como estratégicas de la administración de su gobierno –y no tuvo manifestación alguna en ese sentido- no sólo Argentina en sí misma corre el peligro de volver a caminar sobre el filo del abismo, sino que el propio proceso de integración regional –sobre todo el MERCOSUR- podría verse perjudicado, al quedar en manos de agentes económicos y políticos defensores del neoliberalismo.

Otra preocupación que se instaló tras las elecciones del domingo fue la de su transparencia. Desde el comité de campaña de “Pino” Solanas (Proyecto Sur-Partido Socialista Auténtico) -la propuesta electoral del campo popular y progresista que se mostró con mayor capacidad de convocatoria, dinamismo y amplitud- se alertó sobre posibles irregularidades, como falta de boletas electorales y entorpecimientos injustificados en los lugares de votación, que tienden un manto de sospecha sobre la jornada, hecho que incluso podría consistir provocaciones de los elementos más reaccionarios del espectro político local.

En una nota anterior afirmábamos que pocas veces este país había vivido una campaña electoral tan anodina. “Nunca antes se llegó a unos comicios con semejante marabunta de candidatos, sin identidades partidarias ni proyectos. Radicales y peronistas por todos lados, casi en un proceso de travestismo continuo. Con su aparente jefe fuera de la escena, porque el lúmpen empresario Mauricio Macri aguarda su asunción como alcalde de la ciudad capital, la derecha más reaccionaria da manotazos de ahogado. El campo popular, democrático en serio, de izquierda o progresista –como el lector prefiera denominarlo –, tan dividido que parece irracional. En ese marco, la inmensa mayoría de los argentinos estaría dispuesta a votar desde el instinto de conservación”.

Y así fue. De esa forma se explica el caudal de votos que consagró a la senadora Cristina Fernández de Kirchner como nueva presidenta de los argentinos. El 10 de diciembre próximo ingresará a la Casa Rosada, por cuatro años que serán cruciales.

28|10|200

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