Thursday, November 15, 2007

Los fascistas se enmascaran



Por: Jorge Gómez Barata (especial para

Fecha publicación: 15/11/2007

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Chávez no debió llamar fascista a Aznar. No hacía falta redundar. Era suficiente contar su dialogo con el presidente español.

- “Chávez - dijo Aznar - vine a invitarte para que te integres al “Club”. Venezuela tiene petróleo y dinero y tú eres muy listo. A ustedes les corresponde el primer mundo…Cambia ese discurso…”

- “Muy bien José María, creo que Venezuela puede llegar al club y gracias por lo de listo; pero ¿qué pasará con Haití y Centroamérica? ¿Podrán entrar al club?”

- “No Hugo. ¡Esos se jodieron!”

El fragmento narrado por Chávez ante el plenario de la Cumbre Iberoamericana de Chile, junto a las revelaciones de Fidel Castro acerca de que fue Aznar quien sugirió a Clinton bombardear la televisión serbia, la patraña urdida para culpar a ETA por los atentados del 11/3 y la componenda con Bush que comprometió a España en la agresión a Irak, retratan de cuerpo entero la ideología y la catadura moral de José María Aznar.

En tanto que ideología, el fascismo no es una innovación sino una degeneración, derivada de la intolerancia a lo distinto y lo opuesto, del extremismo de derecha y del conservadurismo intransigente, que al asociarse a la orientación imperial de las potencias contemporáneas, experimenta una mutación que muestra un nuevo rostro y tal vez una nueva entraña.

En el plano internacional que es donde se realiza de forma más completa, el fascismo lleva al extremo el racismo generado en épocas pretéritas cuando los monarcas europeos y el papado lo utilizaron para justificar la evangelización, la trata de esclavos, así como la exclusión de los pueblos no cristianos, especialmente musulmanes, negros y judíos.

Si bien el fascismo de Mussoline y Hitler, la opción política de la ultraderecha alemana derrotada por Estados Unidos y arruinada por los tratados de Versalles, fue convincentemente derrotado en la II Guerra Mundial, los remanentes de aquel pensamiento sobreviven en las actitudes y en los proyectos hegemónicos del imperio y sus aliados, que entrañan el sometimiento de la mayor parte de la humanidad.

Las nuevas realidades sociales, matizadas por los altos niveles de vida y las circunstancias políticas vigentes en los países desarrollados, en los que predomina la democracia, la ilustración y el desarrollo cultural, obligan a los ponentes de ese pensamiento a moderarse para sobrevivir, aunque no anulan sus aspiraciones y su entraña profundamente racista, discriminadora y reaccionaria.

Porque carece de suficiente caldo de cultivo entre las masas, el fascismo no es hoy una corriente política de gran significación, aunque sí un peligroso punto de vista extremista que escala posiciones, no sólo en la alta política europea, sino también en los Estados Unidos.

Excepto las enfebrecidas turbas que en casi todos los países de Europa se dedican a atacar a los emigrantes oscuros, orientales y latinos, los antisemitas, profanadores de tumbas y monumentos judíos, los políticos ultraconservadores simulan sentirse ofendidos cuando se les trata de fascistas, entre otras cosas porque conocen el enorme repudio de los pueblos a tal ideología.

Sin embargo, a solas y comidos por la arrogancia, un político como Aznar que luce y ofrece como regalo corbatas de 500 dólares, es capaz de atreverse a revelar un pensamiento que sugiere bombardear emisoras de radio y televisión y confesarle a Hugo Chávez, a quien obviamente no conocía, que los haitianos y centroamericanos están jodidos.

El pensamiento de que para los pueblos oscuros no hay futuro y de que Africa, Centroamérica y Haití sobran y son prescindibles, podrá endomingarse, ensayar una retórica académica e incluso camuflarse para pasar por demócratas, pero no esconder su matriz fascista.

No hay que dejarse confundir; los fascistas de hoy no sienten como Hitler la necesidad de procurar una solución final, entre otras cosas porque de exterminar a los pobres y a los sobrantes se encargarán el hambre y el SIDA, las oligarquías locales practicantes de la exclusión y la represión, las enfermedades curables y las guerras intestinas.

El fascismo liquidó a Salvador Allende no porque fuera marxista, sino porque era un peligro, como peligrosos son todos los gobernantes que, socialistas o no, auspician el progreso para sus pueblos, los que inevitablemente, a la larga, asumen un mandato que los coloca en ruta de colisión con el imperio.

Chávez no arruinó la Cumbre con un exabrupto, simplemente jaló el mantel que buena falta hacía.

Basta de ditirambos y argucias, cese la diplomacia versallesca y el cantinfleo y avanzaremos para que Haití, Centroamérica y los pobres de este mundo no estén más entre los jodidos.

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